Ayer noche Pedro, que tiene nueve años, me contó en qué quedó el tema de las clases particulares.
Reunió fuerzas para decirle a su madre que prefería que le dejara ir a nadar una hora el lunes y a golf una hora el viernes, a seguir yendo a fútbol en el colegio.
Ella le gritó "¿¿Ya te has dejado convencer por tu padre otra vez??"
Y Pedro le contestó que no, que no era eso. Que jugaba al fútbol con sus amigos todos los días en los recreos. Y que llevaba yendo a fútbol desde que era pequeño, y también le gustaba aprender cosas nuevas.
Un razonamiento muy lógico, me parece a mí.
Ella se puso a gritarle que, si ya no le gusta el fútbol, no iba a jugar nunca más. Que no quería ver ni una pelota en casa, que las iba a tirar todas. Que nunca jamás iba a volver a llevar un balón al colegio.
Él le contestó que no era eso, que sí le gustaba, pero que ya jugaba mucho. Y que quería seguir llevando balones al cole.
Pero ella insistió en tirar las pelotas y prohibirle jugarlo cuando está con ella. Y siguió diciéndole que es un viejo. Que el golf es un deporte de viejos y de gordos, y que no entiende cómo le gusta.
Él le contestó que, cuando vamos a las clases hay muchos niños, que hay más niños que mayores, y que no hay casi viejos. Sólo alguno.
Y ella le gritó que eso era mentira, que le estaba mintiendo.
Y se fue sin aclararle si le iba a dejar ir a nadar y a jugar a golf, si iba a seguir yendo a fútbol, o si se había quedado sin ninguna actividad cuando está con ella, por bocazas.
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