José Luis le mandó correos, burofaxes, sms... todo lo que se le ocurrió, explicándole el problema. No pudo hablar con ella porque se niega a cogerle al teléfono. No hubo respuesta.
Pablo tenía muchas, muchas ganas de ir. Por eso, cada vez que le tocaba pasar sus días con ella (y ella no cancelaba la visita), le preguntaba. Le explicó que estábamos intentando contratar un curso, que necesitábamos cerrar fechas... Ella decía que en el trabajo no le definían las vacaciones. Eso sería alrededor de abril.
La fecha límite para cerrar el curso era final de mayo. Nada, no había forma. Los últimos días, Pablo le llamó mil veces suplicándole que contestara. Imposible.
Una semana después de que se cerrara el plazo para apuntar al niño, su abogada llamó a la nuestra para comunicarle que renunciaba al régimen de visitas: que no iba a pasar más tiempo con los niños. Y, por supuesto, renunciaba también a las vacaciones.
O sea, que dejó sin viaje a Pablo totalmente a propósito, sabiendo que no iba a pasar con él ni un solo día en todo el verano. Tiene narices la cosa.