Todo empezó porque una amiga común, nos contó que se había encontrado con Esther en el estanco. Que Esther iba con los niños. Que se había parado a saludarla y que tumbaba de espaldas del pestazo a alcohol de su aliento.
Como había cambiado ya el turno y los niños estaban con nosotros, les preguntamos. Nos dijeron que, efectivamente, se habían encontrado con ella. Que, después de estar con ella, su madre siguió bebiendo cervezas. Que por la noche se fueron a casa en coche y que, como siempre, conducía ella.
Nos acercamos a la Guardia Civil de pueblo con la pretensión de que, ya que sabíamos su recorrido habitual, la pararan y bajaran a los niños del coche si daba positivo en un control. El guardia que nos atendió nos dijo que ni de coña se podía parar a una persona y hacerle un control por el morro sólo a ella. Ni aunque alguien la hubiera denunciado. Que, o te pilla un control, o no hay nada que hacer. Que aunque llames avisando que un amigo tuyo está borracho y quiere coger el coche, ellos pueden hacer nada. A ver si les van a acusar de tener manía a alguien.
Al día siguiente, sin encomendarme a Dios ni al diablo, escribí un correo electrónico a una dirección de "quejas y sugerencias" de la página de la Guardia Civil. Básicamente, contaba lo que había pasado, y les decía que escribía ese correo para que quedara constancia y que, como a los niños les pasara algo, pensaba dedicar mi vida y mi dinero a que se exigieran responsabilidades y se hiciera justicia con toda la cadena de mando implicada en el tema: desde el número que había pasado del asunto hasta los ministros de Justicia e Interior.
A los dos días me llamaron del Departamento de Menores de la Guardia Civil. El Jefe del departamento estuvo como una hora hablando conmigo, diciéndome que las cosas que contaba eran inaceptables, y me dió los teléfonos de Protección al Menor de la Junta a los que me tenía que dirigir, ya que, al parecer, el departamento que él dirige está más bien dedicado a delincuentes menores de edad y esos temas.
Un día más tarde, me llamó el jefe de la unidad de Tráfico de la Guardia Civil y me citó en el cuartel. Le expliqué que no podía figurar mi nombre porque podía ser perjudicial para el proceso de divorcio y custodia de JL, y él me aseguró que no aparecería.
Entonces, le di todos los datos y me aseguró que él se ocuparía del tema y que Esther no conocería quién había denunciado los hechos. Me dijo que la actitud de los guardias del cuartel del pueblo era imperdonable, y que lo que nos habían dicho sobre que no hay medidas que se puedan tomar en estos casos, desde luego, no son ciertas.
Al parecer, llamó a Esther y los niños nos contaron que estuvo como un mes bebiendo cerveza sin alcohol y quejándose de que su padre le había denunciado. Después, y ha pasado más de un año, volvió a las andadas.
La cosa quedó así hasta que, al cabo de los meses, la anterior profe particular de Pablo, se quejó de que había llamado a Esther para fijar la hora de la clase, y ella le había contestado al teléfono desde un bar y borracha como una cuba.
De nuevo preguntamos a los niños, y nos dijeron que estaban en un bar de Almensilla y que, como siempre, su madre condujo de vuelta a casa con ellos en el coche.
Otro agravante es que los lleva sin medios de seguridad. Pablo va sentado delante y Pedro detrás, entre los dos asientos y sin alza de seguridad.
Pensé que podía acercarme a Protección al Menor de la Junta, como me había dicho el Jefe del Departamento de Menores de la Guardia Civil, pero sin dar datos ni de José Luis ni de los niños.
Me planté allí. Me costó bastante que me recibieran sin dar nombres pero, al final, lo hicieron.
La funcionaria empezó atendiéndome sin ganas, con cara de "a ver qué me cuenta esta pedorra". Según le iba contando detalles, ella ponía cara de consternación y me iba dando consejos: una evaluación psicológica, pedir ayuda a la Asistente Social del ayuntamiento de Palomares...
Yo le conté el éxito que habíamos tenido haciendo las cosas por las buenas, cómo Esther había llevado a los niños al psicólogo antes de llevarlos al Gabinete Psicosocial del juzgado (nos acabábamos de enterar de eso), y lo que decía finalmente el informe del Gabinete. Cuando se lo conté, me miró con cara de "qué mala suerte" y me preguntó:
"¡No me digas que os tocó Axxxx. Mxxx.! ¡Pero qué mala suerte!"Yo le dije que no tenía ni idea de quién era el psicólogo que lo hizo. Pero, al volver a casa lo comprobé y, efectivamente, era él.
Me explicó que ellos no podían hacer nada, salvo asumir la custodia en caso de desamparo por parte de los dos progenitores pero que, con JL, es evidente que este no es el caso, ya que él se ocupa de los niños y es una "figura protectora", dijo.
Me explicó también que el único camino era el judicial y/o contar con la ayuda de la Asistente Social del pueblo en el que reside la madre de los niños. Que la Asistente Socia determinara que Esther es alcohólica, y que hiciera un informe al respecto para que se tomaran medidas, pero que entendía que, con nuestra experiencia anterior, ese era un camino incierto.
Se despidió de mi ¡¡con un abrazo!! y me dijo que ojalá la madre de los niños se matara en una curva el siguiente fin de semana que estuviera sola.
Le pregunté horrorizada si la solución de la Junta para un caso así era desear la muerte de la madre de los niños y me contestó
"Estamos atados de pies y manos; no podemos hacer nada, aunque queramos. Ojalá pudiéramos hacer algo más. Pero no podemos".
Sin palabras.
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